Para la mayoría aún es de noche. En casa todos duermen. El sol no ha hecho su aparición y suena el despertador. Hay que levantarse, vestirse e ir a la cocina por los abastos para el día que está por delante. La ruta de este día nos espera y una cosa es segura, siempre habrá sorpresas. ¿Qué es lo que nos hace levantar y no quedarnos cómodamente entre las cobijas? Quizás sea el reto físico que hay que vencer; o, el reto mental? O simplemente sea disfrutar de lo que la naturaleza nos ofrece y de la convivencia con las personas que nos acompañan. Cada uno de nosotros perseguimos diferentes objetivos y cada montaña aporta a nuestra experiencia vivencias únicas que nos marcan de manera diferente. Así, hay caminos que dejan una profunda marca en nosotros ya sea por su dificultad, su belleza, el significado personal del logro e inclusive el no haber podido alcanzar el objetivo. Lo cierto es que cada camino y el entorno del mismo nos permiten acumular un sinfín de aprendizajes, experimentar una gran variedad de emociones y en muchas ocasiones encontrar respuesta a cuestionamientos propios.
Algunos pensarán que somos un poco masoquistas, que nos gusta sufrir, que elegimos madrugar, sudar, cansarnos, y exigirle al cuerpo siempre un poco más y, nunca conformes, lo volvemos a hacer.
Será esto a lo que se le llama “amor a la montaña”?
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